Querido Gaucho: en medio de los preparativos para el regreso (no digo Operación Retorno porque suena muy peronista), me tomé una pausa para escribir unas reflexiones sobre el Bicentenario. Si te parece bien, publicalas el lunes. Un abrazo
El Fantasma de Canterville (con escarapela y todo)
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BICENTENARIO.
Los argentinos estamos festejando por estos días los dos siglos de nuestro primer cuartelazo, que no de otra cosa se trata la Revolución de Mayo.
Una Revolución que llevó a una Guerra de la Independencia seis años antes de que nos decidiéramos a declarar la misma y sustentada ideológicamente por los escritos de los pensadores franceses y con la nunca desinteresada intervención de esos rapaces insaciables, los imperialistas británicos.
Un proceso que, habida cuenta de las variadas opiniones imperantes en la época, solo de causualidad no nos convirtió en una monarquía incaica o nos proveyó de algún nuevo y decadente monarca europeo. Un proceso, además, que nos llevó rápidamente a la anarquía de 1820 y las guerras fratricidas entre unitarios y federales.
Así miradas las cosas, pareciera que no hay mucho para festejar. Sin embargo, también estamos conmemorando por estos días una Revolución de Mayo que ya desde la Junta Grande nos llevó a planteanos seriamente la idea de un federalismo que todavía estamos tratando de concretar, que condujo a la Asamblea del Año XIII con la abolición de los títulos de nobleza y de la esclavitud (extraordinarios conceptos para aquella época) y que creó las condiciones políticas favorables para que San Martín liberara Chile y Perú, o para que años después, se defendiera la integridad territorial y la independencia de la Banda Oriental en la Guerra con el Brasil.
Y estos últimos hechos tienen pocos parangones en la Histora: que un pueblo contribuya a la independencia de otro, sin tratar de incorporarlo a su propio territorio, es más una excepción que una regla, y de lo cual muy pocas naciones pueden enorgullecerse.
Para compensar las cosas, iniciamos oprobiosas guerras contra pueblos vecinos (Paraguay) y salvajes campañas de exterminio contra nuestros hermanos, los indios. En el lado poitivo del balance, tratamos de hacer que los inmigrantes que vinieran a nuestro país a trabajar gozaran de todos los derechos, beneficio que hoy en pleno siglo XXI, muchas naciones que se dicen civilizadas no están dispuestas a conceder a los extranjeros, considerándolos solo mano de obra temporaria, y por lo tanto descartable.
Si hacemos un balance del primer siglo de nuestra vida como nación independiente, entre tantos aciertos y errores resalta la vitalidad que nuestro pueblo demostró y que nos llevó a ocupar uno de los primeros lugares entre todas las naciones. Nuestros próceres, mas allá de la artificial aura de perfección de que se los recubre en los actos escolares para maquillar sus fallas humanas, tenían en sus aciertos y errores la desmesura propia de la grandeza.
Y, para decirlo sin rodeos, tenían ideales. Es imposible no admirar a Moreno, Castelli, Güemes o Belgrano en estas épocas de mezquindad y egoísmo.
En algún momento, sin embargo, los argentinos dejamos de pensar en grande. Creyendo que ya estaba todo hecho nos conformamos con reparar en vez de construir, y con improvisar en vez de planificar. Nos aferramos cada vez más a nuestras opiniones, y dejamos de pensar en la construcción del país como una tarea conjunta. Olvidamos que un país se hace cada día, y lo hacemos todos.
Dejamos de participar, haciéndole las cosas fáciles a los corruptos e incapaces, y nos refugiamos en la queja y la resignación mientras éramos testigos de la creación de una sociedad cada vez más injusta.
Quiero creer que toda esa energía y capacidad que nuestro pueblo tuvo en el pasado no están perdidos, y que podemos salir de la mediocridad y la decadencia si nos lo proponemos. Estoy asimismo convencido de que podemos sanear las instituciones y encontrar gente capacitada y honesta que canalize ese esfuerzo colectivo que todos tenemos que hacer cada día, ya no para sobrevivr como hasta ahora, sino para volver a crecer en serio.
Esa, tiene que ser nuestra tarea, para nuestro próximo siglo de vida independiente.
Autor :El fantasma de Canterville.
Buenas noches.
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